Los vendedores de comida callejera de Nueva York son homenajeados en un museo

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NEW YORK.- Tamales, perritos calientes, platos ‘halal’… Cualquiera que haya paseado por Nueva York ha visto, o probado, la comida callejera que ofrecen unos 20,500 vendedores, el 96 % de ellos inmigrantes, que a partir de hoy protagonizan una exposición en un museo.

Street Food City‘ (La ciudad de la comida callejera) es la muestra inaugural del Museum of Food and Drink (Mofad), un recorrido por la historia de este negocio que arraigó al fundarse la urbe en el siglo XVII y que, aunque ha evolucionado mucho, mantiene muchas similitudes con el pasado.

«Hay mucha gente en la calle dándonos de comer cada día. Es una buena manera de decir: vamos a parar, mirarlos y estar agradecidos por lo que traen a la ciudad, la comunidad y nuestra escena culinaria«, explicó a EFE la directora de curaduría de Mofad, Catherine Piccoli.

Si en 1925 el 89 % de los vendedores eran inmigrantes, en 2025 son ya un 96 %, más de la mitad hispanos (60 %), principalmente de México y Ecuador, y desde el principio afrontan regulaciones que desembocan en licencias solo para una parte y enfrentan al resto a la criminalización.

Dos figuras de ayer y hoy son ‘Pig Foot Mary‘ y la tamalera Evelia Coyotzi, que reflejan el papel clave de las mujeres en este negocio, tanto como proveedoras de sus hogares como pequeñas empresarias, así como su influencia en la cultura local y el impacto de trabajar legalmente o no. 

La primera, una inmigrante negra de Misisipí, empezó a vender manitas de cerdo en un carrito de bebé de segunda mano y se convirtió en una leyenda de Harlem en la década de 1920 tras conseguir una licencia.

Coyotzi, mexicana, que hoy tiene un famoso establecimiento, empezó a vender tamales en un carrito de supermercado en 2001 al que acudió hasta Anthony Bourdain, pero fue arrestada varias veces por operar sin permiso y eso la lanzó al activismo por los derechos de los vendedores.

La lucha de los vendedores callejeros

La exposición dedica una zona a ese activismo, nacido en paralelo al ‘boom’ de población de Nueva York a principios del siglo XX, coincidiendo con la llegada de los primeros mercados al aire libre y con las restricciones cíclicas de las autoridades sobre la venta de comida en la calle por motivos de salubridad o de paso peatonal.

Los momentos más bajos fueron con el alcalde Fiorello LaGuardia (1934-1946), quien de cara a la Exposición Universal de 1939 redujo las licencias de los vendedores y los reubicó en mercados públicos.

Tras la Ley de Inmigración y Nacionalidad 1965 llegó más gente de todo el mundo que hizo crecer la comida callejera, pero en la década de 1980 se impusieron nuevos límites a las licencias, ampliados puntualmente.

El número de licencias está limitado a 7,000 y cada año se añaden 445, pero una lista de espera de 10,000 ha generado un mercado negro que multiplica hasta por 100 el coste de 250 dólares que cuesta la tasa, empujando a muchos a la economía irregular y exponiéndolos a arrestos. 

«Tienen una multa de al menos 1,000 dólares y una citación penal. Así que, si estás siguiendo un proceso migratorio, esto es algo que te va a perseguir. Aparte, hay cinco agencias diferentes que pueden hacer cumplir estas normas«, apostilló Piccoli.

Por si fuera poco, los carritos de comida deben seguir ciertas normas de distancia en las aceras y superar los estándares del Departamento de Salud, que les da puntuaciones, como hace con los restaurantes tradicionales.

A estas dificultades se suma el propio negocio de llevar un carrito que se adapte a las necesidades de la comida, en muchos casos un «restaurante con ruedas» que emplea a cocineros, limpiadores o vendedores, como muestra la historia del exitoso ‘Birrialandia’.

Muchos vendedores, además tienen estudios y carreras en sus países de origen que no pudieron desarrollar en EE.UU., y se entregan más de ocho horas diarias para ingresar entre 12,000 y 50,000 dólares al año en una de las ciudades más caras del mundo, según expone la muestra.

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