AL FILO DE LAS NOTICIAS
El cociente de inteligencia no es un valor ni tan justo ni tan preciso como cabría esperar. Según dónde se aplica, puede llevar a errores. ¿Ayudan los procedimientos respetuosos con la cultura a solventar estos problemas?
EN SÍNTESIS
Determinar el cociente de inteligencia (CI) mediante pruebas estandarizadas y normalizadas forma parte de la investigación psicológica. Los estudios comparativos a menudo revelan valores medios de CI diferentes en personas de culturas distintas.
Esas diferencias, en muchos países, se basan sobre todo en deficiencias de educación, alimentación y sanidad. También influyen las particularidades culturales, pues el CI subraya la capacidad lógica de abstracción.
Las pruebas culturalmente equitativas, es decir, no lingüísticas, pueden aportar una imagen más realista del CI. Sin embargo, lo que en unas sociedades se considera inteligente no es necesariamente relevante desde el punto de vista científico.
En enero de 2020, un estudio de ciencias sociales suscitó gran polémica. Científicos coordinados por Cory Clark, de la Universidad de Durham, afirmaban en la revista Psychological Science que en determinadas sociedades la fe y los actos violentos guardaban relación. Según su investigación, cuanto más religiosos eran los habitantes de un país, menos crímenes (asesinatos, entre otros) se cometían en ese territorio, sobre todo cuando los ciudadanos del lugar mostraban un nivel de inteligencia bajo.
Tras la publicación del artículo, llovieron las críticas sobre los «cocientes de inteligencia nacionales» que habían empleado los investigadores. Los supuestos valores medios de los habitantes de 140 países no se fundamentaban en una muestra aleatoria representativa y se indicaba que en muchos Estados africanos, cociente de inteligencia (CI) medio no llegaba a los 70 puntos.
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