5 películas para recordar a Billy Wilder

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AL FILO DE LAS NOTICIAS

Billy Wilder una vez dijo “lo que odio más que no ser tomado en serio, es ser tomado demasiado en serio”. Una frase que resume su apuesta por una obra que, sin perder calidad, fuese accesible al gran público. Un distanciamiento del cine de vanguardia europeo, más sesudo e intimista y por eso minoritario, que no oculta la inteligencia y capacidad visual de un director que se movió entre el drama y la comedia, con películas que contienen una crítica ácida a la hipocresía social.   

Sus primeros años en Hollywood: “Perdición”

Nacido en 1906 en una familia judía en la ciudad de Sucha, en la actual Polonia, Billy Wilder, cuyo verdadero nombre era Samuel, llegó a mediados de la década de los veinte a Berlín donde se ganó una reputación como guionista cinematográfico. El ascenso de Adolf Hitler al poder le obligó a abandonar la capital alemana para instalarse en 1934 en los Estados Unidos. En 1942 firmó su primera gran película, “Perdición” (Double Indemnity).

Escrita en colaboración con Raymond Chandler, “Perdición” es un clásico del cine estadounidense. Un drama filmado en un estilo seco y directo, plagado de claroscuros y una estética heredada del expresionismo alemán. El filme sentó las bases del “cine negro”. Un estilo de genuino sabor americano, al que las contribuciones de Wilder y otros cineastas llegados de Europa ayudaron a cimentar como un género propio.

Adiós al Hollywood dorado: “Sunset Boulevard”

Definitivamente reconocido por Hollywood con los cuatro Oscar que recibió “Días sin huella” (The Lost Weekend, 1945), Billy Wilder aborda en “Sunset Boulevard” (1950) la decadencia de los años dorados de Hollywood. Una película crepuscular, que bajo la estructura de un metarrelato, nos muestra a una antigua estrella del cine mudo, interpretada por Gloria Swanson, y su caída en la locura.

Al igual que Swanson, por la película desfilan figuras del cine silencioso, como el cómico Buster Keaton, la actriz Anna Q. Nilsson y el actor H. B. Warner. Sin olvidar a dos leyendas de la dirección como Eric Von Stroheim y Cecil B. de Mille. Personajes congelados en el tiempo y en las glorias de un pasado que nunca volverá. Una resistencia inútil que es a la vez una profecía de la irrupción de la televisión como medio de entretenimiento favorito del gran público en perjuicio del séptimo arte.

Cine dentro del cine, la película comienza con uno de los planos más celebrados de la historia de la gran pantalla: el monólogo del cadáver del personaje interpretado por William Holden flotando en una piscina, que da paso a un largo “flashback” en el que cuenta como ha llegado a este final. 

La irrupción de un gran comediante: “La tentación vive arriba”

Dejando atrás el drama y la crudeza de estas dos películasBilly Wilder firmó en 1952 la primera de sus grandes comedias: “La tentación vive arriba” (The Seven Year Itch). Después llegarán, entre otras, “Con faldas y a lo loco” (1959), “El apartamento” (1960), “Un, dos, tres” (1961) o en “Bandeja de plata” (1966). Películas que ya muestran su madurez estilística y su habilidad para afrontar un género que se remonta a los grandes maestros de la comedia centroeuropea, como Ernst Lubitsch.

Con un estilo chispeante y desenfadado, no exento de crítica y también de ternura, Wilder nos plantea como la aparición de una mujer joven da un vuelco a la rutina de un hombre común en plena crisis de madurez. Ella no es otra que Marilyn Monroe, y la escena de su falda blanca levantada por el aire de un agujero de ventilación ha quedado grabada como uno de los grandes iconos cinematográficos.  

La búsqueda de una portada a cualquier precio: “Primera plana”

En su lejana juventud, Billy Wilder había ejercido como periodista, primero en un periódico de Viena y posteriormente en Berlín. Una experiencia que en 1974 le sería muy útil para rodar “Primera plana” (The Front Page). Aunque el argumento ya había sido utilizado en 1940 por Howard Hawks en “Luna nueva”, Billy Wilder volvió sobre el mismo para crear una de sus películas más ácidas.

Una cinta disparatada que, tras su apariencia de comicidad desatada, conforma una vitriólica crítica al periodismo sensacionalista y al oportunismo político. Todo es divertido en este filme, a pesar de que la acción tiene como telón de fondo la ejecución de un inocente y los manejos del director de la cárcel y del sheriff para ocultar en su propio beneficio el indulto concedido por el gobernador.

Los protagonistas del filme son Jack Lemmon, un periodista que quiere casarse y dejar su trabajo, y Walter Matthau, el manipulador director del periódico en el que trabaja Lemmon que maniobra para impedirlo. Juntos forman una de las parejas de comediantes más logradas de la historia que ya había trabajado en 1966 a las órdenes de Wilder en el filme “En bandeja de plata”.

El ocaso de un cineasta: “Fedora”

La última gran película de Billy Wilder, y penúltima de su carrera, tiene, al igual que “Sunset Boulevard”, un aire crepuscular y decadente. Pero si esta última era un réquiem por el cine mudo, “Fedora” (1978) entona una despedida al cine clásico, del que Wilder fue una de sus indiscutibles figuras. Un cambio en los gustos del público que durante la década de los setenta dio la espalda a Wilder y a otros grandes del cine y llenó las salas de jóvenes espectadores ávidos por saltar de sus asientos con las embestidas del monstruoso “Tiburón” de Steven Spielberg o viajar a galaxias muy lejanas con “Star Wars” de George Lucas. 

Producida por un estudio alemán, el estreno fue un fracaso que se prolongó a su última película “Aquí, un amigo” (Buddy Buddy) que volvió a reunir en 1981 a la pareja formada por Jack Lemmon y Walter Matthau. El abandono del favor del público y el relevo generacional de la audiencia, le llevó a dar su definitivo adiós al cine a comienzos de los ochenta.

Detrás quedaba un catálogo de 26 películas y 60 guiones que le valieron seis Óscar (dos como director, tres como guionista y uno como productor). Pero lo más importante, el respeto y la admiración que veinte años después de su desaparición todavía le profesan nuevas generaciones de cineastas que, como Fernando Trueba, le consideran su “dios” cinematográfico.

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