Seis niños huérfanos: el drama tras el feminicidio de Lisset Melenciano en San Cristóbal

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SAN CRISTÓBAL.- «Mi mamá está trabajando en la capital, ella va a volver», repite un niño de cuatro años que aún no entiende por qué su madre Lisset Melenciano Tejada no ha regresado, luego de ser reportada desaparecida y cuyos restos se presumen corresponden a los encontrados calcinados en su vivienda en la provincia de San Cristóbal.

Luz Yuberkis Tejadamadre de la desaparecida, con la voz quebrada, narró que el crimen, por el cual acusa a la pareja de su hija, Rodolfo Antonio Ramírez, alias «el Barbero», ha dejado un dolor profundo en los seis descendientes de la occisa, entre ellos, un pequeño con Trastorno del Espectro Autista (TEA).

«Este crimen nos dejó marcados a todos, los niños mayores lloran en silencio. Los del medio casi no hablan, y el más pequeño, todavía espera la llegada de su madre«, indicó.

Señaló que escuchó decir a uno de sus nietos, lleno de rabia y tristeza, que vengaría la muerte de su progenitora. Desde entonces, cuenta, ya no se le ve igual. «No es el mismo niño. Este suceso los cambió a todos».

Autismo y vida de sacrificio

Según narró Luz, el niño de seis años que tiene autismo vivía completamente ligado a Lisset. Era ella quien lograba calmarlo cuando tenía una crisis; la que entendía sus gestos, sus sonidos y sus silencios.

La joven madre trabajaba limpiando casas o haciendo oficios, pero cada intento por estabilizarse chocaba con la imposibilidad de dejar al niño al cuidado de otros.

 «Siempre tenía que dejar los trabajos porque nadie quería cuidar al niño. A la semana o a los quince días se estaban quejando de su comportamiento«, relató la abuela, quien manifestó que estas situaciones hacían a su hija preferir quedarse sin empleo antes que dejarlo solo.

«Ella se esforzaba por conseguir lo necesario, aunque a veces el dinero no alcanzaba«, agregó recordando los días en que su hija hacía lo imposible por mantenerlos.

Tras la tragedia, el pequeño fue trasladado a Higüey, donde una tía enfermera asumió su cuidado. Con apoyo del Consejo Nacional para la Niñez (Conani), esperan continuar allá el proceso terapéutico.

«Mi hermana es enfermera, tiene la paciencia y el conocimiento para atenderlo. Ella decidió llevárselo porque entiende su condición y sabe cómo manejarlo«, explicó Luz con la voz entrecortada.

Ahora el niño vive lejos de sus hermanos y del barrio donde creció. «Al menos está en manos de alguien que lo quiere y puede entenderlo«, dice Luz. Es el mismo amor con el que su madre, hasta el último día, intentó protegerlo del mundo.

El vacío que no se llena

Luz describe a su hija como una mujer de carácter fuerte y decidida, pero sobre todo entregada a sus hijos más pequeños. »Era impulsiva, como quien pelea con la vida«, pero detrás de ese temperamento había una madre que no se rendía.

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