AL FILO DE LAS NOTICIAS
SANTO DOMINGO.- Los comerciantes de “La Pulga” prosiguen su calvario y no se rinden, pero sus protestas son cada vez más lánguidas. Por ejemplo, un puñado de ellos regresó hoy a la parte posterior del Palacio Nacional, y se instalaron en un lugar que conocen bastante bien. La razón: denunciar que las autoridades los dispersaron por la fuerza y no los dejaron trabajar ayer.
No es la primera vez que sucede. De hecho, podría decirse que han hecho de la protesta una práctica deportiva, diaria. Son peregrinos de todos los días.
Los manifestantes, tan escasos como eufóricos, se sienten aprisionados por el confinamiento y la desocupación; están devorados por las deudas y tragados por la inopia.
Esta vez desataron sus quejas tocando calderos a rebato, como tambores de batalla, y gritaron con afán de libertad. Sus clamores penetraron al interior del Palacio, provocando un fuerte eco en las paredes de esa majestad. El Palacio es para ellos una nueva Bastilla.
No se cansan de gritar: su entusiasmo agoniza pero no muere. Los “pulgueros” siguen vivos, como pregoneros de trabajo. Lo que quieren es eso: trabajar.
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